Jorge Cuadros: Doctor en Ciencias Biológicas

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La pandemia de la Covid-19 ha significado una ruptura de esquemas tanto para la comunidad científica como para la sociedad en general.

La ciudadanía ha descubierto con estupor lo que para los científicos es el día a día, que es la incertidumbre de la ciencia. Hasta el infeliz advenimiento de la enfermedad, las personas no expertas consideraban las verdades científicas como dogmas, un error que los científicos también hemos cometido en múltiples ocasiones. Pero la ciencia no tiene certezas, porque lo que hoy es “verdad”, mañana un experimento nuevo puede demostrar que estaba equivocado. Dentro de mi carrera como embriólogo clínico, suelo contar una anécdota personal curiosa. Cuando era profesor del curso de embriología en la Facultad de Medicina de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, hasta 1988, yo enseñaba que “era imposible clonar un mamífero adulto”. El anuncio del nacimiento de la oveja Dolly, en 1997, derribó ese dogma de la biología del desarrollo, e hizo que borrara de mi vocabulario la palabra “imposible”, para reemplazarla por “improbable”.

En el caso de la Covid-19, la sociedad ha tenido que acostumbrarse a escuchar a científicos decir “no lo sé”. ¿Cómo era posible que un experto en virus dijera que no sabe algo respecto de un virus nuevo? Por otro lado, también hemos escuchado a otros expertos haciendo afirmaciones contundentes respecto de lo desconocido. Y, para rematar la faena, diversas voces profanas, ya sea por alarde de desconocimiento o por intereses espurios, se han dedicado en las redes sociales a difundir bulos que, aunque descabellados, no han dejado de llamar la atención de lectores incautos. Desde “el uso de fetos humanos abortados” para la fabricación de las vacunas contra la Covid-19 (en la investigación para el desarrollo de las vacunas, como en miles de investigaciones anteriores en los últimos 50 años, se habría utilizado las líneas celulares establecidas en el laboratorio MRC-5 y HEK-293, obtenidas cada una de ellas de un feto humano) hasta la “modificación de nuestro ADN para controlarnos y manipularnos” (¿Para qué molestarse en desarrollar una tecnología inexistente, si ya existe la televisión?). Dejando de lado las bromas, el daño que han hecho las fake news ha llevado inclusive al uso de supuestos “medicamentos milagrosos”, cuyo único efecto beneficioso, si han tenido alguno, ha sido el efecto placebo.

Aún sabemos poco respecto del SARS-CoV-2. Su origen sigue siendo desconocido, aunque la opinión mayoritaria entre los expertos es que su origen sería natural. Evidentemente, es un virus muy contagioso en la distancia corta, y, aunque la tasa de mortalidad fuera del 1%, la tragedia es que ese uno de cada cien puede ser tu familiar o tu amigo. Llegados a este punto, las indicaciones de seguridad siguen siendo las mismas: distancia, mascarilla y lavado de manos frecuente reducen la posibilidad de contagio al mínimo.

Pero, intentando ver siempre the bright side of life, parafraseando a los Monty Python, lo que ha conseguido la ciencia durante 2020 forma ya parte de la historia. Hasta ahora, nunca se había conseguido desarrollar una vacuna ARN de uso clínico, y, en un tiempo récord, se ha conseguido no una, sino dos vacunas ARN, Pfizer/BioNTech y Moderna (La célula no tiene un mecanismo para incorporar el ARN a nuestra información genética, por lo que podemos estar tranquilos). Los escépticos, entre los que me incluyo, dudábamos de que se consiguiera tener las vacunas disponibles a finales de 2020. Pero la vacunación ha comenzado en España el 27 de diciembre. Empezamos a ver la luz al final del virus.
 

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