Joan Manel López Capdevila: Psicólogo Clínico y Forense

 Ver en formato PDF

El hipnonauta ha llegado a saber que siempre se obtiene lo que uno se merece, que todo es lo necesario, que nada en realidad nos vence ni nos acaba, a no ser, sin más, que desistamos en igualar nuestra vida a nuestros sueños o que, cegados por el muro de nuestros lamentos, nos rindamos en la errónea convicción de que ya estamos hechos, que tanto la tristeza como la felicidad, así como la convulsión de nuestras venas, son estadios de un trayecto que nos va perfilando, haciendo ciertos, en un sentido que nos huella en un más aquí del deseo y de su encuentro… y que la verdad es que hoy es cuando todo empieza…

y dice:

Todo está por escribir, por ser escrito. Todo está por ser asignado y por transitarse. Sentado en mi terraza, ahora, después de leer el mensaje que me escribiste ayer por la noche, descansando y nutriéndose cuanto puedo llegar a sentir en el refugio de tus palabras, en el remanso de tu aura liviana que me trasciende y ocupa, me crea, ya sin abismos, sin sombras, en un continuo del presente… tomo consciencia, en este inmediato irradiado e imantado, del palpitar y el acogimiento de cuanto me rodea, del pulsar solícito y decidido de la realidad en lo cierto, donde ya no cabe el acecho ni el vacío sino la sugerencia, el camino, la arboleda, las llanuras, de cuanto nos desenvuelve, nos desenreda, va desgranando nuestra improbabilidad, la incertidumbre y nos autentifica… es así que, suturada la exigencia de la razón, apaciguado el desorden de su análisis y de su escrutinio, comprendo, sin paliativos ni imperativos, sin envilecimiento ni duda, ni el dolor o la furia que se exprime del miedo, en un abrirse confiadas las puertas de mi espíritu, el moldearse y redondearse de las esferas, el acontecer, dándose hacia su infinito y complacencia, de los minerales y de los objetos, la insigne y pacífica sabiduría de las bestias, el juego verdadero, aleccionador del vuelo, de las aves y de los insectos con las estructuras del aire, el planear y la condescendencia de la finitud sin fin de los grupúsculos del éter que conforman, extienden las geometrías, los mecanismos exactos del cielo y de la tierra, del fuego y de los océanos… y también, aquí y ahora, el respirar, el movimiento pausado de las nubes doradas, que pintadas por los haces de luz de un sol otoñal convergen, danzan, dulcemente, somnolientas, amantes, hacia la línea brumosa del horizonte, dios firme, severo y paternal que cobija, que cobijará su errar pródigo y huérfano… y es así aunque… en una misma línea de la frecuencia y de los espacios, en la dimensión del pulso, soy convocado por la suspensión, la quietud, el mecer, de una brisa fresca, tan antigua, hermana, compañera, como el discurso del tiempo, que llega desde los altos de las montañas, se desliza, vierte, sin avalanchas, sin estridencias, por las laderas, acaricia, humedece, riega, los campos, las copas de los árboles, los jardines, la hojarasca, las casas, mi mirada… y me va habitando, me habita, como un manantial que sella el cuenco de ecos del pensamiento, aliento de un mundo lleno de propuestas, anunciando el clima de la provisión y de la espera, que no desespera, que no desesperará, que injertará de serenidad el desasosiego, que macera la amargura en el licor de la templanza, recorriendo cada una de las esquinas, los arrecifes, los valles, las lagunas, lo ignoto, lo que se pierde, los límites y la promesa de mi percepción, los recovecos y el ansia de mi imaginación, que la calma, la llena, la completa, lo que soy y no soy, abrazándose, en el ardid de la ternura, a esta tarde en que todo, en este instante, en este preciso momento, extraordinario, único, cotidiano, va adquiriendo su lugar, la justa medida de su superficie y de su profundidad, la exactitud, el ajuste con que el orden natural de la materia, de los sueños, de lo que existe o no es más que una mera posibilidad, va haciéndose y me explica, pálpito, respuesta siempre abierta, en el vibrar, la lógica, la esencia de una amplitud de onda del sentimiento y de las ganas… que va insertándose, calando, impregnando, suavemente, amorosamente, mi respiracion… que fluye, amamanta, envuelve, mece las arterias y las venas, cada órgano, cada célula, y la expectación que la rodea, que reinstaura, fortalece, regenera la arquitectura y el devenir de mi cuerpo… y es así que camino por las sensaciones, por cada ámbito de quien he sido, de quien soy y de quien puedo llegar a ser, que soy voluntad, mano, sonrisa, abrazo tendido, estela y espuma de los días en el oleaje de este latido, luz que emerge y que no se tambalea, que no teme ni huye en una emoción múltiple e indivisible de vida, que es y se prodiga en un momento de protección, de proyección y de anhelo que no ha de terminar nunca, que no terminará… y así todo es lo necesario, puente dorado, arcadia exenta de finales de una inteligencia cálida y sencilla para que tú, la vida y el mundo la transiten en el regocijo de su dicha…
Así sea… pues todo está por ser nombrado, por reivindicarse y agradecerse… Cómo te agradezco el que me leas, el que me escuches y trasciendas esta última soledad mía en el sueño de tu deseo, allí donde todo sigue y seguirá iluminado, perpetuándome, dócil, parsimoniosamente, hallado, amante y vibrante en la generación de tus generaciones, en el compendio inabarcable y magnético de tus universos…

 

 

Joan Manel López Capdevila (2012) Hipnonauta (V). Hipnológica, 5:29-30