Joan Manel López Capdevila: Psicólogo Clínico y Forense
El hipnonauta en una habitación blanca donde, llena de horas, está sentado frente a un gran ventanal cuyos cristales irradian el sol de la tarde. Ahora, en que todo deviene de una forma pausada y suave, observa como la brisa del mar hace bailar las cortinas y se deja llevar, sin más, en el sentir de la sinuosa cadencia de la brisa, las cortinas que acarician, las horas que bailan, el sol que dibuja de brillos cada rincón de la estancia y las olas que susurran una canción de cuna que va meciendo la costa. Es de este modo que sin saber cómo escribe en sueños a la mujer que ama:
Puede que sepas de las metáforas que convierten el pensamiento en un fluido de fluorescencias, en ríos, en deltas, en seres alados e inconscientes que surcan los territorios de las nubes, donde las fortalezas del aire que esculpimos con nuestro aliento, en un de repente, vencen todo lo grave, el hundimiento, la nostalgia, los sueños rotos, la sed sin vino ni rosas, los templos de los que hemos sido apartados o ese modo en el que se asesinan los días cuando los contornos de las cosas se difuminan hacia abismos de ausencia. Y así, confundidos, persistimos.
Puede que aprendas cómo se olvida por un instante el esfuerzo para desarticular la dificultad de respirar y también como el ansia se ahueca para que la mirada no se nos llene de los parásitos de lo oscuro, de latigazos absurdos, ni de las cicatrices o las lluvias ácidas que son los golpes con los que la realidad impone su dictadura y la va resquebrajando. Aunque, por más que no hay respuestas ni sabios, que el mayor bien es pequeño y que, dicen, de la cuchara que escojas comerás ¿quién sabrá lo que diferencia la realidad de la mentira?, ¿la frontera que se erige entre el deseo y la necesidad?, ¿la fórmula del veneno que nos va matando y nos hace sentir más vivos?, ¿el oráculo que designe un destino donde no se nos fabrique más infelicidad? Y así, erosionados, nos ficcionamos.
Puede que llegues a dominar el arte de cómo se restablece el crédito y dejamos que nos inunden los resquicios en los que crece la semilla de la magia, las corrientes púrpura, la flor ardiente que se adueña de lo imposible, que se transforma en manantial de luces, de colores, de lazos invisibles que todo lo unen y dulcifican, que orilla la nave de los locos, el sin fin de aves muertas, de cruces, de trincheras, de desiertos, el último beso que se congela, el mundo del revés y la desolación sin horizontes que hay detrás del espejo y en las tempestades de sombras en el techo. Puede también que consigas sortear los giros imprevistos y también perpetuos del movimiento inestable de nuestro espíritu, cuando las alas son de piedra y la mirada es acantilado de pérdidas y desencuentros, donde la delgada línea roja en el límite de los límites en la que escépticos y aún volados nos tambaleamos; la boca, la garganta, el tuétano de los sentimientos se nos llena de palabras de viento, de terremotos en los posos de nuestra sangre, de casas encendidas que son un susurro de ecos, de procesiones de ventanas herrumbrosas devoradas por el salitre de las lágrimas, de escaleras desconchadas hacia el cielo de los insectos, de bólidos cansados que chocan contra el paredón de las metáforas. Y así nos lastimamos. Pero aún imaginamos y en un quizá sin espera, contra el tiempo atroz y la sinrazón de los hechos, nos salvamos.
Tenemos, pienso, que creer en esto.
El hipnonauta abre los ojos a un mundo que llega de esperas, de todas las habitaciones blancas, las brisas, las olas, las esquinas que se doblan y descubren las sonrisas anheladas en un tiempo que borda de plata la esperanza y sabe que la experiencia no es aquello que nos pasa si no lo que hacemos con lo que nos pasa y es así como nace nuestra magia.
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Joan Manel López Capdevila (2011) Hipnonauta (IV). Hipnológica, 4:23