Joan Manel López Capdevila: Psicólogo Clínico y Forense

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El pasado, pasado está. Quién fuiste, lo que dijiste. A veces querrías desenredar la palabrería con que construiste una afirmación que luego fue paréntesis que se difuminó en la arena de un desierto de ignorancias. Tan inconcluso y plagado en tormentas de incomprensiones. En un abarcar la metafísica de cada límite. Como quien empieza de nuevo un tiempo atrás. Como quien es todas las vidas que ha sido y será. Recordando elípticamente el futuro. Haciendo de experiencia el nunca, el error, cada descuido y confusión y venciendo la hiel de la nostalgia y sus pérdidas. A veces seguirías el hilo invisible que todo lo une hasta el origen donde todo empieza y nunca termina. En abanico de moléculas y sus armonías. Dispuesto ante los ejes que mueven tu mundo sin condescendencia ni huida. Entonces dejarías que germinara cada amor que habitó tu lugar. El trayecto en un núcleo de sentidos. Y el ritmo infinito de las sonrisas. A veces tan sencilla, la sabiduría del aliento y la filosofía de los tactos. A veces ríos, montañas, el cielo diáfano, la sombra protectora de los árboles, trinar de pájaros y el jugo de una manzana en tus labios.

Vi al instante siguiente que aprendías del camino. Que otro círculo empieza allí donde la distancia termina el delta de las escarchas. Que otra vez los ecos del anhelo son racimos de significado que van venciendo al silencio. Que un mundo de precipicios no niega el sinuoso perfil de los valles ni el éxtasis de los pastos. Que hay una geometría no siempre perfecta e ineludible que explica la ternura de las curvas. Y que porque hay oscuridad existe la luz. Y que las interpretaciones no son más que perspectivas. Un punto suspensivo que reanuda el diálogo. Un profundo de superficies por las que navegamos. Que son también misterio y curiosidad. Que estará el método por el que la vida se nos iguala a los sueños. Que siempre decidimos. Y que el dolor cincela la forma del alma que tiende los balcones y los puentes que hacen del encuentro un motivo para la alegría. Que la materia ni se crea ni se destruye y que cualquier momento nos devuelve a la eternidad por la que viajamos sin el egoísmo de la individualidad. Pues hace millones de años que estoy aquí y que estarás conmigo, y que como canta LLach «cal que neixen flors a cada instant» (o un átomo, o un verso, o la caricia de tus universos).

Querría un decir muy simple. El mecerse tranquilo de tu respiración. El latir parsimonioso en la raíz de tu espíritu. Las naves de las palabras que vibran y te completan de la armonía de los colores, descansan en la meseta de tu despertar. Ahora, una brisa suave en las colinas de Saturno lame el manto de estrellas fugaces. Pide un deseo.

 

 

Joan Manel López Capdevila (2010) Hipnonauta (III). Hipnológica, 3:24, (www.hipnologica.org)